
Desde Wing Way Center queremos lanzar un grito necesario y también poner algo de luz en un tema que consideramos importante. Porque no se trata sólo de gritar y quejarse. También hay que aportar soluciones.
Están sucediendo cosas muy graves con los niños y los jóvenes y no lo estamos viendo. Y lo peor es que suceden en el ámbito que más daño les puede hacer: el familiar. Además, la solución, en este caso, no depende de otros (de políticos, de empresas, de profesores, etc.)… No podemos culpar a otros, pues la responsabilidad final es nuestra: de los padres y madres.
Estamos viviendo momentos muy complejos. Todo está cambiando muy rápido y lo digital se está abriendo camino de forma implacable. Casi sin darnos cuenta va conquistando tiempos y espacios que antes pertenecían a la realidad, a la vida. Lo que en principio deberían ser herramientas de trabajo, de conexión y de entretenimiento, se van apoderando de parcelas de nuestro cerebro y nuestro corazón que tendrían que estar ocupadas por otras cosas.
Es importante entender esto para comprender qué pasa en el cerebro de nuestros hijos e hijas. Y es que al final se trata de algo tan simple como esto: las cosas que hacemos en entornos digitales nos hacen sentir bien, nos atrapan el corazón y el cerebro va detrás, quedándose donde se siente cómodo. Nadie se engancha a una pantalla: se engancha a la emoción que siente cuando está ahí. Y es humano y normal. Es placer, es supervivencia.
¿Qué hacer entonces para que lo digital no se coma a la vida de nuestros hijos? Hay que darles desde pequeñitos un abanico de experiencias que les hagan sentir mejor que las pantallas, que les motiven, que les den esa oxitocina y esa serotonina que se segrega cuando hacemos cosas divertidas y placenteras. Hay que retrasar lo más posible el uso de pantallas. No vale darles el móvil para mantenerles entretenidos e ir normalizando su uso convirtiéndolo en un hábito porque, como dice Marian Rojas Estapé, es como si les estuvieras poniendo delante de botellas de alcohol y dejándoles barra libre. Y luego intentas quitárselo y se enfadan… Cuando la culpa es tuya.
Todos sabemos que nuestro día a día es a veces una locura y que las pantallas pueden ser una herramienta de entretenimiento durante esos instantes en los que no podemos más o necesitamos hacer algo concreto, pero deberíamos obligarnos a que el tiempo de pantallas sea el menor posible (y hasta los 6 años ninguno) porque estamos hablando de algo tan importante como la creación de hábitos en nuestros pequeños, de ayudarles a estabilizar su sistema nervioso (ya hay estudios que asocian el uso de pantallas a trastornos mentales), de su capacidad de socializar, de su empatía, de su capacidad de responder a estímulos reales, y de tantas cosas…
Pero hay esperanza si tomamos conciencia. Regalémosles nuestro tiempo y nuestra atención, y llevémosles de la mano hacia tareas artísticas, deportes, naturaleza, creatividad, juego libre, relajación, a estar con amigos y con familiares… Dejemos las pantallas nosotros también, porque lo que ven en nosotros es lo que normalizan. Volvamos a mirar hacia la vida y las personas que nos rodean, que es lo que nos hace sentir bien de verdad porque somos seres sociales y la felicidad está ahí. Orientemos su mirada hacia las personas, los animales, la vida natural, el cuidado por sí mismos más allá de su imagen y de la mirada que ejercen los demás sobre ellos dentro de una pantalla…
Démosles alas para que puedan volar y ser ellos mismos, con todo lo bueno que han venido a hacer, que es precioso y único.